Había una vez un gato llamado Ra,
con ojos de luna y bigotes de azafrán.
Tenía poderes de magia brillante,
con solo un maullido, cambiaba el instante.
Jugaba con estrellas, pintaba la mar,
hacía que un pez pudiera volar.
Pero un perro travieso, ladrando feroz,
le robó su magia con un golpe de voz.
—¡Sin poderes, Ra, te quiero probar!—
dijo el can con risa, queriéndole asustar.
El gatito valiente no quiso llorar,
decidió que en Formentera debía buscar.
Cruzó en un barquito de vela ligera,
soñando llegar a esa isla sincera.
Allí conoció a un búho cantor,
a un pez muy bromista y un cangrejo pintor.
Los tres lo ayudaron con gran alegría,
mostrando que un viaje es pura poesía.
Y en medio del bosque, bajo una palmera,
halló una gatita de voz hechicera.
Se hicieron amigos, se dieron la pata,
la magia volvió, chispeante y dorada.
Juntos brillaron en noche estrellada,
Ra con su novia, la isla encantada.
Y así comprendió el gatito encantador:
que el poder más grande siempre es el amor.
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