Había una vez, en un pueblecito de la isla de Ibiza, un gato llamado Timo. No era un gato cualquiera: tenía cinco patas. La quinta patita le había crecido desde que era muy pequeño, y aunque lo hacía diferente, a Timo le causaba problemas para correr, trepar y cazar mariposas como los demás gatos.
Un día, Timo escuchó a unos ancianos pescadores hablar de una fuente escondida en el corazón de la isla, donde el agua era tan mágica que podía curar cualquier cosa.
—Quizás esa fuente me ayude a volver a tener cuatro patas —pensó Timo con ilusión.
Así comenzó su aventura.
Timo caminó primero por la playa de arena blanca, donde conoció a una gaviota que le dijo:
—Sigue el sol cuando se esconde, y hallarás un camino de pinos.
El gato agradeció y corrió torpemente con sus cinco patas hacia el bosque. Allí, entre los pinos altos, se encontró con un erizo que le advirtió:
—El camino es largo, pero no te preocupes. Cada paso que das con tu patita extra te acerca más a la fuente.
Timo siguió adelante, trepó colinas y cruzó riachuelos. Al llegar a un valle lleno de flores de colores, vio una puerta de piedra cubierta de hiedra. La atravesó y encontró la fuente mágica, que brillaba como un pedazo de luna caída en la tierra.
El gato se acercó, bebió un poco de agua fresca y cerró los ojos. Sintió un cosquilleo recorrerle el cuerpo. Cuando abrió los ojos… ¡seguía teniendo cinco patas!
Se miró confundido, pero entonces escuchó una voz suave que venía del agua:
—Timo, tu quinta pata no es un problema, es un regalo. Gracias a ella pudiste llegar hasta aquí sin rendirte.
El gato comprendió que no necesitaba ser como los demás para ser feliz. Dio un salto, con cinco patas bien firmes, y regresó al pueblo. Desde ese día, se convirtió en el gato más rápido, más fuerte y más especial de toda Ibiza.
Y cada vez que alguien le preguntaba por qué tenía cinco patas, Timo sonreía y respondía:
—Porque las aventuras necesitan un paso más.
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