Había una vez dos gatos muy curiosos: Milo, un gato blanco con una manchita negra en la nariz, y Lila, una gata atigrada de ojos verdes que brillaban como esmeraldas. Vivían juntos en una casa al borde del mar, soñando con aventuras en islas lejanas.
Un día, mientras jugaban en el jardín, vieron un folleto que había traído el viento. Decía:
“¡Viaja a Formentera, la isla de las aguas turquesas y las lagartijas bailarinas!”
—¿Lagartijas bailarinas? —dijo Lila, asombrada.
—¡Eso tenemos que verlo con nuestros propios ojos! —maulló Milo.
Empacaron sus mochilitas con bocadillos de atún, una brújula de juguete y sus sombreros de exploradores. Saltaron a un pequeño velero que estaba en el puerto, y con ayuda del viento y las gaviotas que les daban indicaciones, ¡zarparon hacia Formentera!
La llegada a la isla
Cuando llegaron, Formentera los recibió con sol, arena blanca y un suave aroma a flores silvestres. Todo brillaba. Las lagartijas correteaban por las rocas, y una de ellas se les acercó con una sonrisa.
—¡Bienvenidos! Yo soy Tico, la lagartija más rápida del sur. ¿Quieren un tour por la isla?
—¡Sí, por favor! —dijeron los gatos al unísono.
Tico los llevó por senderos secretos, entre dunas mágicas y pinares susurrantes. Les presentó a sus amigos:
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Luna, una tortuga vieja y sabia que contaba historias de piratas.
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Bruno, un erizo dormilón que coleccionaba conchas raras.
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Y Kiki, una gaviota que cantaba ópera desde lo alto de un faro.
La gran tormenta
Una tarde, mientras todos disfrutaban de una siesta en la playa, el cielo se puso gris. Se avecinaba una gran tormenta.
—¡Rápido! ¡Tenemos que proteger nuestros hogares! —gritó Tico.
Milo y Lila, sin pensarlo, ayudaron a todos: juntaron hojas para tapar las madrigueras, llevaron a Luna al refugio bajo una roca, y convencieron a Kiki de no cantar tan alto para no asustar a los más pequeños.
Cuando por fin la tormenta pasó, un gran arcoíris apareció en el cielo. Todos aplaudieron con alegría… bueno, todos menos Bruno, que seguía dormido entre dos conchas.
Despedida en el atardecer
Después de muchos días de juegos, canciones y aventuras, llegó la hora de volver a casa. Tico les dio un pequeño recuerdo: una piedra con forma de corazón que había encontrado en la playa.
—Para que nunca olviden que Formentera siempre tendrá un rincón para ustedes —dijo.
Milo y Lila, emocionados, prometieron volver algún día. Subieron al velero y mientras se alejaban, las criaturas les decían adiós desde la orilla, con Tico dando saltitos como si bailara.
Y desde entonces, cada vez que Milo y Lila miran el mar, creen ver a Tico saludando entre las olas.
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